Discurso de SS Benedicto XVI
A
representantes de la Santa Sede en Organizaciones
internacionales
01/12/2007
Excelencias;
representantes
de la Santa
Sede en las Organizaciones internacionales;
queridos
amigos:
Me
complace saludaros a todos vosotros, que estáis reunidos en Roma para
reflexionar sobre la contribución que las Organizaciones no gubernamentales
(ONG) de inspiración católica pueden ofrecer, en estrecha colaboración con
la Santa
Sede, para la solución de los numerosos problemas y desafíos
que afronta la múltiple actividad de las Naciones Unidas y de otras
organizaciones internacionales y regionales. Os doy una cordial bienvenida a
cada uno. De modo particular, doy las gracias al sustituto de la Secretaría de Estado,
que ha interpretado amablemente vuestros sentimientos comunes, a la vez que me
ha informado de los objetivos de vuestro foro. Saludo también al joven
representante de las Organizaciones no gubernamentales presentes.
En
este importante encuentro participan representantes de asociaciones surgidas en
los años en que se empezaba a contar con la presencia y la actividad del laicado
católico a nivel internacional, junto con miembros de otras asociaciones más
recientes que se han creado como parte del actual proceso de integración global.
Están presentes también asociaciones de apoyo, y otras dedicadas sobre todo a la
gestión concreta de proyectos de cooperación con vistas al desarrollo. Algunas
de vuestras organizaciones son reconocidas por la Iglesia como asociaciones públicas y
privadas de fieles laicos; otras comparten el carisma de algunos institutos de
vida consagrada; y otras tienen sólo reconocimiento jurídico en ámbito civil e
incluyen entre sus miembros a no católicos y a no cristianos.
Sin
embargo, todos tenéis en común el celo por la promoción de la dignidad humana.
Este mismo celo ha inspirado constantemente la actividad de la Santa Sede en el seno de
la comunidad internacional. Por eso, este encuentro se ha organizado
precisamente para expresaros gratitud y aprecio por lo que estáis haciendo en
colaboración activa con los representantes del Papa en las organizaciones
internacionales. Además, este encuentro trata de fomentar un espíritu de
cooperación entre vuestras organizaciones y, por consiguiente, la eficacia de
vuestra actividad común en beneficio del bien integral de la persona humana y de
toda la humanidad.
Esta
unidad de propósitos sólo puede conseguirse a través de una variedad de
funciones y actividades. La diplomacia multilateral de la Santa Sede, principalmente, se
esfuerza por reafirmar los grandes principios fundamentales de la vida
internacional, puesto que la contribución específica de la Iglesia consiste en ayudar
a «la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la
percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la
disponibilidad para actuar conforme a ella» (Deus
caritas est,
28).
Por
otra parte, «el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la
sociedad es más bien propio de los fieles laicos» —y, en el contexto de la vida
internacional, de los diplomáticos cristianos y de los miembros de las
Organizaciones no gubernamentales—, que «están llamados a participar en primera
persona en la vida pública» y «configurar rectamente la vida social, respetando
su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las
respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad» (ib., 29).
La
cooperación internacional entre los gobiernos, que ya surgió al final del siglo
XIX y creció constantemente a lo largo del siglo pasado, a pesar de las trágicas
interrupciones de las dos guerras mundiales, ha contribuido significativamente a
la creación de un orden internacional más justo. A este respecto, podemos
constatar con satisfacción los logros obtenidos, como el reconocimiento
universal de la primacía jurídica y política de los derechos humanos, la
adopción de objetivos comunes con miras al pleno goce de derechos económicos y
sociales por parte de todos los habitantes de la tierra, los esfuerzos
realizados para desarrollar un sistema económico mundial justo y, más
recientemente, la protección del medio ambiente y la promoción del diálogo
intercultural.
Al
mismo tiempo, el debate internacional a menudo parece marcado por una lógica
relativista que consideraría como única garantía de coexistencia pacífica entre
los pueblos el negar la verdad sobre el hombre y su dignidad, al igual que la
posibilidad de una ética basada en el reconocimiento de la ley moral natural.
En
efecto, esto ha llevado a la imposición de una noción de derecho y política que,
en última instancia, hace del consenso entre los Estados —un consenso
condicionado a veces por intereses a corto plazo o manipulado por presiones
ideológicas— la única base real de las normas internacionales. Lamentablemente,
los frutos amargos de esta lógica relativista son evidentes: basta pensar,
por ejemplo, en el intento de considerar como derechos humanos las consecuencias
de ciertos estilos egoístas de vida; en el desinterés por las necesidades
económicas y sociales de las naciones más pobres; en el desprecio del derecho
humanitario; y en una defensa selectiva de los derechos humanos.
Espero
que vuestro estudio y vuestra reflexión durante estos días os permitan descubrir
medios más eficaces y concretos para hacer que la doctrina social de
la Iglesia sea
más conocida y aceptada a nivel internacional. Por tanto, os aliento a oponeros
de manera creativa al relativismo, presentando las grandes verdades sobre la
dignidad innata del hombre y los derechos que se derivan de dicha dignidad. Esto
permitirá, a su vez, dar una respuesta más adecuada a las numerosas cuestiones
que se debaten hoy en el foro internacional. Sobre todo, ayudará a promover
iniciativas concretas caracterizadas por un espíritu de solidaridad y libertad.
De
hecho, es necesario un espíritu de solidaridad que lleve a promover como un
cuerpo los principios éticos que, por su misma naturaleza y por su papel de base
de la vida social, no son «negociables». Un espíritu de solidaridad impregnado
de un fuerte sentido de amor fraterno lleva a un aprecio mayor de las
iniciativas de los demás y a un profundo deseo de cooperar con ellas. Gracias a
este espíritu, se trabajará siempre, cuando sea útil o necesario, en
colaboración con las diversas organizaciones no gubernamentales o con los
representantes de la Santa
Sede, siempre respetando sus diferencias de naturaleza, de
fines institucionales y de métodos operativos.
Por
otra parte, un auténtico espíritu de libertad, vivido con solidaridad, impulsará
la iniciativa de los miembros de las Organizaciones no gubernamentales a crear
una amplia gama de nuevos enfoques y soluciones con respecto a los asuntos
temporales que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. En
efecto, si se viven con solidaridad, el legítimo pluralismo y la diversidad no
sólo no son motivo de división y enfrentamiento, sino que son condición de
eficacia cada vez mayor. Las actividades de vuestras organizaciones serán
realmente fecundas si permanecen fieles al magisterio de la Iglesia, ancladas en la
comunión con sus pastores y, sobre todo, con el Sucesor de Pedro, y afrontan con
espíritu de apertura prudente los desafíos del momento actual.
Queridos
hermanos, os agradezco una vez más vuestra presencia hoy y vuestros esfuerzos
dedicados a promover la causa de la justicia y de la paz en el seno de la
familia humana. A la vez que os aseguro un recuerdo especial en mis oraciones,
invoco sobre vosotros, y sobre las organizaciones que representáis, la
protección materna de María, Reina del mundo. A vosotros, a vuestras familias y
a los miembros de vuestras asociaciones imparto con afecto mi bendición
apostólica.
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